Nunca pensé encontrarme con el diablo
El mito de Fausto le sirvió a la música popular para usar al demonio, Belcebú, Satanás, Mefistófeles, Lucifer, Samael, Zupay y sus mil nombres como polémica fuente de inspiración.
“Beelzebub has a devil put aside for me”
La mitificación a la que han sido sometidos los años 80', transformados en sinónimo de optimismo pop y paraíso perdido de la infancia global, es un fenómeno tan particular como sesgado. Debido a esto algunos aspectos de esa época son bastante soslayados, como por ejemplo la mirada fuertemente conservadora que caracterizó al clima político de esos años. Esto se reflejó en varias paranoias que tuvieron un fuerte impacto mediático, imponiendo un miedo histérico hacia las pandillas, las sectas, las drogas, los video nasties o las malas palabras en la música, todo presentado como una amenaza a los valores tradicionales. Dentro de estas campañas moralizantes una de las más delirantes fue la que identificó al rock, especialmente al heavy metal, con el satanismo. Decenas de programas amarillistas, acusaciones legales y evangelistas alarmados contribuyeron a un infundado pánico moral.
Lo cierto es que la mitología demoniaca acompaña a la música popular desde antes que esta fuera un negocio que movía millones. Por ejemplo, el origen de la idea contemporánea de blues ya utilizó la imagen del Diablo como participe esencial. La leyenda cuenta que Robert Johnson era un mediocre guitarrista que, repentinamente, se transformó en una figura clave de la música del siglo XX. Los reportes indican que hasta el año 1936 Johnson, un afroamericano nacido Hazlehurst, Missippippi, era apenas un músico errante que tocaba en pueblos y plantaciones con poca repercusión. Sin embargo un día compuso un puñado de canciones propias en las que sorprendió con un virtuosismo envidiable, tanto en su canto como en su manejo del instrumento. Esta habilidad quedó reflejada en 29 canciones grabadas en rústicos estudios improvisados, las cuales terminaron teniendo una enorme influencia en músicos futuros. De la nada Johnson había parido el delta blues, género que anticipaba el blues eléctrico y el nacimiento del rock. Su muerte misteriosa a los 27 años lo hizo caer en el olvido, hasta que músicos de la talla de Eric Clapton y Jimmy Page recuperaron su obra. Para ese entonces el mito fáustico que afirmaba que Robert logró su talento al venderle su alma al diablo en un cruce de caminos ya se había popularizado.
La fábula del hombre atribulado que firma un pacto con el Demonio para ganar fama, dinero o el amor de una mujer es antiquísima, pero empezó a tomar la forma con la que hoy la conocemos hace más de cuatro siglos, cuando Christopher Marlowe escribió la obra Doktor Faustus inspirándose en una leyenda folklórica alemana. Esta a su vez estaba basada en Johann Georg Faust, un enigmático mago, astrólogo y alquimista errante del que no se tiene mucha información confiable. Luego de morir su vida adquirió ribetes legendarios, por lo que se le adjudicó la autoría de decenas de textos de contenido mágico dispersos en diferentes zonas de Alemania. Cómo la Iglesia lo había considerado un personaje blasfemo, aliado del Diablo, el rumor sobre su supuesto pacto con este último fue el factor que lo definió para siempre. Aunque por entonces el Renacimiento ya era una realidad, el catolicismo tenía aún un enorme peso sobre la vida cotidiana, impulsando la cacería de brujas, los abusos de todo tipo y la prohibición de libros considerados problemáticos.
Sin dudas la versión literaria más difundida de esta leyenda es la que inmortalizó Johann Wolfgang von Goethe en forma de closet drama, un género teatral pensado para la lectura antes que para la escenificación. El autor alemán desarrolló las extensas 2 partes de esta obra a lo largo de 50 años, dándole a los personajes Fausto, Gretchen y Mefistófeles las características con las que los conocemos hoy en día. Su Faust tuvo una enorme influencia en compositores clásicos como Franz Schubert, Robert Schumann, Franz Liszt, Charles Gounoud y Gustav Mahler, quienes durante el siglo XIX compusieron sinfonías y óperas basadas en el texto. Más cerca en el tiempo, no solo le dio el nombre a una influyente banda de Krautrock, si no que se transformó en el molde de todas las canciones que narran alguna forma de pacto demoniaco. El cine se alió con el rock en varias variaciones de la historia, tanto en tono trágico como paródico (o ambos a la vez). En la pantalla grande Phantom of The Paradise (1974) y Tenacious D in The Pick of Destiny (2006) fortalecieron la idea de la raíz diabólica de la industria musical, ambas usando imaginería fáustica en sus guiones.
Otra mirada literaria sobre el mito de Fausto es la que hizo en El Maestro y Margarita del autor ruso Mijaíl Bulgákov. En este libro quien cae en la tentación no es solo el protagonista, si no gran parte de la elite burguesa y literaria rusa, objeto principal de la sátira de la historia. Esta novela solo se conoció póstumamente en una versión trunca cuando se editó en entregas en un diario soviético de mediados de los 60’, hasta que finalmente se publicó de forma íntegra en 1967. Una traducción llegó a las manos de Mick Jagger, quién quedó fascinado con su trama rebuscada y sacrílega, sintiéndose urgido a crear una canción con el tema. Sympathy for the Devil empezó como una balada folk, una composición narrativa en la tradición de Bob Dylan, como señaló en varias entrevistas el vocalista de The Rolling Stones. Fue Keith Richards quien sugirió cambiar el formato acústico original por uno más percusivo, influenciado por la samba brasilera. Este aire tribal le añadió un velo pagano a la canción, que arropó a la perfección los versos descriptivos de Jagger, repletos de alusiones históricas. La evolución de la canción fue registrada por Jean-Luc Godard en su película One Plus One. Esta mixtura entre lo folklórico y lo primitivo refleja un acercamiento carnavalesco a lo diabólico, similar al que se hace en regiones de América Latina, como el estado de Bahía en Brasil o las celebraciones de Bolivia o el norte argentino.
El sociólogo francés Michel Maffesoli, que defiende una idea de posmodernidad ligada a lo emocional y lo tribal, señala en su libro La tajada del Diablo: “En Panamá, por ejemplo, entre las principales danzas que se practican tenemos la del Gran Diablo, que manifiesta la lucha de ultratumba entre el bien y el mal, representados en las figuras de San Miguel y el Diablo. Diablos sucios y Diablos de espejos, entre otros, conforman la variedad de danzas que en este país surgieron como una forma de burla de los esclavos negros hacia sus amos los blancos españoles. El Diablo simboliza por lo tanto a su verdugo occidental”. Pensar lo diabólico solo como una representación de lo maligno es una mirada superficial. Esa imaginería encierra un componente festivo burlesco que alarma a las fuerzas intolerantes, trátese de la Santa Inquisición o del partido conservador de turno. Y hacer enojar a la gente adecuada debe ser siempre una búsqueda activa de la cultura popular.