La orquesta de los presos empezó a tocar
Los libros escritos por sobrevivientes de cárceles, hospitales y campos de exterminio confirman que la capacidad de imaginar historias es una gran forma de resistencia frente a situaciones extremas.
In the cage
Get me out of the cage
Luego de la muerte de David Bowie en enero del año 2016 muchos melómanos recuperaron una faceta no muy pública del músico inglés: su voracidad como lector. De las múltiples referencias literarias escondidas en su obra llamó la atención el descubrimiento tardío de una referencia del video musical de Lazarus, su último single lanzado unos días antes de fallecer. Allí se lo veía con los ojos vendados, en una cama de hospital. Cuatro años más tarde la periodista Mary Anne Hobbs descubrió que el relato White Rabbits de Leonora Carrington contiene el fragmento "Ese es mi esposo, los niños solían llamarlo Lázaro" en relación a un hombre parado en un rincón con un vendaje sobre los ojos. En su último legado audiovisual el Duque Blanco se apoyó en el mundo gótico de Carrington, una personalidad fascinante que publicó el relato originalmente en 1941, luego de un tortuoso encierro. Separada a la fuerza de su esposo, el artista plástico Max Ernst, al comenzar la Segunda Guerra Mundial, cayó en una depresión profunda que, luego de una violación en España, devino en crisis nerviosa. Desde Inglaterra su familia ordenó su internación en un hospital psiquiátrico donde fue sometida a un terrible tratamiento de shock con cardiazol, procedimiento hoy muy cuestionado. Por suerte durante un traslado logró escapar a México varios meses después, donde logró rehacer su vida, trasformándose en una brillante pintora surrealista.
Bowie también sufrió el encierro, aunque en circunstancias muy lejanas a la sordidez que rodeó a Carrington. Se trató de una historia acorde a la de una estrella de rock: fue arrestado por posesión de marihuana en Rochester, New York, en 1976. Quienes son asiduos a las imágenes clásicas del rock seguramente conocen su “foto carcelaria”, aunque solo estuvo unas horas detenido. La postal forma parte de una célebre serie en la que se puede ver a distintos músicos en versión mug shot, o sea aquellas fotos procedurales de frente y perfil que la policía toma en ocasión de un arresto. En la música popular, sobre todo en el rock, tener problemas con la ley significa subir un peldaño más en el camino hacia la mistificación, un certificado de rebeldía necesario para completar todos los casilleros del estrellato. Pero los libros también tienen una historia de autores y autoras encerrados en cárceles, campos de concentración e instituciones psiquiátricas, pero se trata de experiencias demasiado sórdidas como reciclarse en una postura cool anti-sistema, como ocurre en la música.
Un dato curioso es que la obra más influyente de la literatura en español comenzó a ser escrita en un calabozo. Miguel de Cervantes Saavedra trabajaba como recaudador de impuestos para la Hacienda de Sevilla cuando un descuido ingenuo (dejó el dinero recaudado en un banco que quebró) lo llevó a la Prisión Real en 1597. En el prólogo de Don Quijote de la Mancha el autor explica como vino a su cabeza la novela: “Se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación”. El escritor habría boceteado unos 20 capítulos de su obra magna, con un tono más amargo que el que finalmente redondeó al finalizarla unos siete años después. Cinco siglos más tarde la pléyade de artistas de distintos géneros que grabaron una canción llamada Don Quixote incluye a Gordon Lightfoot (folk), Dana Internacional (pop), Os Mutantes (psicodelia) y a los vapuleados Coldplay con su pop rock de estadios. En el conjunto, junto con la vanguardista banda brasileña, se destacan el poderoso Don Quijote de barba y gabán de Alma y Vida, la metalera I Don Quixote del icónico Christopher Lee y Windmills de los alternativos Toad the Wet Sprocket, quienes grabaron un disco llamado Dulcinea centrado en la creación cervantina. En definitiva, un personaje que por si solo inspiró más canciones que toda la tradición española posterior.
Pero sin duda los vaivenes bélico-políticos que se dieron a lo largo del siglo XX, con su fuerte impacto en la vida cultural, son los que más condujeron a personalidades de la ciencia y de las letras a ser detenidas de formas brutales. Varias de ellas insistieron en lo importante que fue tener la posibilidad de aferrase a las palabras para conservar la cordura y no perder la esperanza ante un contexto tan adverso. Como el poeta rumano Paul Celan, atrapado en un campo de trabajo cuando la Alemania nazi ocupó su país, señaló: “A pesar de todo, el lenguaje fue lo único que se mantuvo ante tanta pérdida. Pero tuvo que superar toda la falta de respuestas, todo el silencio aterrador y todos los discursos asesinos. No me dio palabras para lo que estaba pasando, pero logró superarlo. Y finalmente resurgió ‘enriquecido’ por todo aquello”. Celán además registró una anécdota peculiar sobre el uso de la música durante su cautiverio, lo cual retrató en su poema Tangoul Morţii (El Tango de la Muerte): algunos soldados alemanes hacían escuchar a sus prisioneros la melodía de Plegaria del argentino Eduardo Bianco mientras cavaban sus fosas.
Una conclusión parecida a la de Celan, aunque no centrada únicamente en el lenguaje, es la que desarrolló Víktor Frankl, quien durante la Segunda Guerra Mundial pasó por los campos de Theresiendstand, Auschwitz y Kaufering. Sus experiencias las volcó en el libro El hombre en busca del sentido último, donde defiende la importancia de aferrarse a todas las experiencias vitales, incluso a las más dolorosas, para superar los obstáculos. El libro de Frankl se terminó transformando en un clásico por su mensaje inspirador, además de sentar las bases de la logoterapia, la “tercera escuela vienesa de psicoterapia”. También sirvió de inspiración para You Don’t Own Me del enigmático cantante belga Tamino. El libro retrata el proceso de despersonalización que atravesaron los prisioneros de los campos, resumido en la desconcertante situación de que una vez liberados no sabían qué hacer con esa libertad. “Dicho con toda crueldad, habíamos perdido la capacidad de sentir alegría y teníamos que volver a aprenderla lentamente” resumió Frankl.
Alguien que casi cuatro décadas después debió pasar por ese proceso de re-aprendizaje fue Mauricio Rosencof, recluso durante 12 años en un pozo donde apenas podía moverse, detenido por la dictadura que sufrió Uruguay entre 1973 y 1985. Una vez recuperada la democracia fue liberado, aunque las secuelas le duraron años. “La realidad tangible no era vivible, vos no podés vivir sin ver un rostro, sin ver el sol o una estrella, sin hablar con nadie, sin leer un libro, comiendo como comíamos, entonces la realidad vivible era la de la fantasía y los recuerdos. Pero tenía sus riesgos, porque podías quedar empantanado que es lo que pasó con los compañeros. A mí me ayudó que era escritor y en vez de dejar que los fantasmas me atraparan, los atrapaba a ellos en una estructura dramática" dijo el uruguayo en entrevistas posteriores. Durante ese encierro Rosencof concibió 28 sonetos sobre una historia de amor de final incierto, redactando en papeles para armar cigarrillos y otros soportes poco ortodoxos. Ya libre conoció a Jaime Roos, quien fascinado por esos textos le dio forma a La Margarita, un disco hermoso que respeta los versos originales, ricos en imágenes tiernas y fatalistas. Rosencof tuvo una suerte que no disfrutaron otras personas secuestradas por las distintas dictaduras latinoamericanas, logrando crear una ficción poderosa en el peor de los escenarios.
En El beso de la mujer araña Manuel Puig imaginó a Valentín Arregui Paz, aguerrido aspirante a revolucionario, y a Luis Molina, decorador de vidrieras gay y cinéfilo compartiendo calabozo durante el régimen dictatorial argentino. La historia expone la dicotomía entre la mirada realista del militante, que ve como un escapismo inútil los relatos artificiosos y camp de su compañero de encierro. Con el paso de los días ambos van ganado confianza y Valentín comprende que detrás del glamour fantasioso de Molina se esconda la realidad más irrefutable todas: lo humano. En cierta manera los escritores mencionados aquí también encontraron esa certeza y se aferraron a ella como un naufrago a un tronco en la correntada. Un tronco que terminó ramificándose en decenas de canciones.