En el mismo lodo todos manoseados
Actor, dramaturgo, poeta, músico y cineasta pero también pionero de la intertextualidad pop. Enrique Santos Discépolo volcó sus lecturas y su mirada sobre la actualidad en una forma de componer única.
Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias.
Sabe que la lucha es cruel
y es mucha pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina...
Uno va arrastrándose entre espinas
y en su afán de dar su amor,
sufre y se destroza hasta entender
que uno se ha quedao sin corazón.
Durante la primera mitad de los años 90’ en la televisión argentina el programa Siglo XX: Cambalache hizo un repaso intensivo por los hechos más importantes de esa centuria que estaba llegando a su fin. En reconocimiento a la canción que le daba nombre al ciclo todas las semanas intérpretes de distintos géneros hacían una versión de Cambalache de Enrique Santos Discépolo. Desgraciadamente casi todos los videos de esas actuaciones se perdieron, pero aún puede encontrarse la performance de Hermética con Ricardo Iorio al frente. Tres décadas después es interesante analizar como el fallecido ícono del metal incluyó a Videla en letra, modifican el original discepoliano. Esta práctica de aggiornamento fue común en muchas de las versiones que se hicieron del tango, desde Julio Sosa a Joan Manuel Serrat.
La eterna vigencia del Cambalache, garantizada en un mundo cambiante donde la intensidad parece ser la única forma de entender la realidad, hace que pasen desapercibidas las otras facetas de Discépolo: actor, dramaturgo, músico, poeta y cineasta, además de ser un entrepreneur muy particular. Hombre profundamente autoconsciente, incorporó elementos de la actualidad de su época en sus textos con una gracia admirable, mucho antes que esto fuera una práctica habitual en las canciones populares. Esta mecánica compositiva iba de la mano con su conducta como personaje público. Como señala Sergio Pujol “Digamos que le gustaba andar por la vida disfrazado de Discépolo, como hoy sucede con las estrellas de la música pop. Así lo amó la gente, al menos hasta la tormenta política que se desató poco antes de su muerte”. Esa puesta en escena de personaje tragicómico y bohemio sintonizaba con el espíritu de una Buenos Aires que justo empezaba a tener una identidad musical y literaria propia que se alejaba de su pasado orillero buscando horizontes más sofisticados.
La lógica indica que Discépolo se encarnó dentro de la tradición del grotesco criollo, ese heredero local de la tradición del esperpento mediterráneo cultivado en España e Italia. Después de todo su hermano Armando fue el autor de obras teatrales clásicas del género, como Mateo, Babilonia o El organito, en la que Enrique colaboró. En esas obras el pesimismo, la caída en desgracia y el fracaso conviven con un humor fatalista que también está presente en muchos tangos de la época. Sin embargo, las lecturas favoritas de Discepolín, quien fue criado por su hermano mayor Armando, se centraban en los clásicos rusos como Fiodor Dostpievski, Nikolái Gogol y Máximo Gorki, autores admirados por los miembros del grupo Boedo, colectivo al que nunca perteneció de manera oficial, pero con el que simpatizaba. Y lo cierto es que no hace falta mucho esfuerzo para imaginar a los protagonistas de Esta noche me emborracho, Yira Yira o Uno compartiendo pensión con los personajes de Crimen y Castigo o El Capote.
No es casual que el primer personaje aludido en la letra de Cambalache sea Nicolás Maquiavelo. Cuando la canción fue estrenada en 1934 Argentina atravesaba el oscuro periodo histórico conocido como Década Infame, en el cual los gobiernos dictatoriales y el fraude electoral eran fueron moneda corriente. En ese entorno, con el escenario geopolítico virando hacia los fascismos bajo las consecuencias de la Gran Depresión, el rescate de los “maquiavelos” era una decisión más que acertada. El pensador florentino, uno de los padres de la ciencia política actual, ya se había transformado en sinónimo de cálculos fabuladores a la hora de llegar al poder. A partir de allí el compositor ensayó su hipótesis, en formato de tango-canción, sobre cómo el siglo XX era absolutamente inmoral. Como esas canciones de The Smiths en las que la música es contagiosa y llena de luz, pero la letra es oscura, Discépolo contrastó en los versos su texto pesimista con una melodía socarrona, cercana al minué o a los sonidos de las cajitas musicales. El hecho no muy común de que era autor tanto de la música como de la letra le permitía estos ejercicios satíricos.
Su exposición se enriquece en la segunda parte del tango, citando a varios personajes de distinta laya, todos mezclados sin orden moral alguno. Así desfilan el estafador francés Serge Alexandre Stavinsky, muy célebre en los años 30’, el sacerdote y educador salesiano Don Bosco, una meretriz genérica presentada como La Mignon, el mafioso Giuseppe Galiffi, alias Don Chicho, que transformó a Rosario en “la Chicago argentina, el conquistador Napoleón Bonaparte, el gigante de circo devenido boxeador Primo Carnera y el libertador Don José de San Martín. Esta enumeración de personajes variopintos de la historia y la actualidad fue pionera como mecanismo creativo, mucho antes de transformarse en una estrategia compositiva habitual en el rock y el pop de la segunda parte del siglo XX. Las ideas sobre cultura alta, media o baja que preocuparon a pensadores como Theodore Adorno, Dwight MacDonald y Umberto Eco están resueltas de un plumazo entre pianos y bandoneones por el compositor porteño.
Tal como ocurrió durante siglos y ocurre hoy en día, Discepolín pensaba que transitaba la peor época posible. La letra torrencial de Cambalache refleja el tono frenético que el autor tenía a la hora de crear, un proceso intenso que él denominaba la enfermedad: “Yo no busco el asunto; este tiene que venir a mí, sacudirme, arrojarme sobre el piano y obligarme a que le tire a mi pueblo un nuevo engendro, que yo adivino salido de su misma entraña… De pronto advierto que una idea llega a mí como un golpe de sol” explica en una entrevista rescatada por el libro El tema del tango en la literatura argentina. Declaraciones posteriores de Tania, la cantante que fue su pareja durante años, contando como solía retirarse impulsivamente a escribir sin aviso previo confirman esa conducta. Un impulso de bohemio creador que llevará al límite hasta el final de su vida.
En 23 de diciembre de 1951 Discépolo murió en el departamento céntrico que compartía con Tania, no demasiado lejos del conventillo de Once en el que había nacido 50 años antes. Su militancia peronista, no exenta de dudas, lo había alejado de muchas amistades mientras la enfermedad invadía de a poco su cuerpo arlequinesco. No llegó a presenciar los enormes cambios musicales y literarios que se avecinaban dentro del tango, así como tampoco como el género fue desplazado por el rock en los canales masivos de difusión. Sin embargo, sus cultores siempre lo vieron como un referente melancólico e inspiradísimo, realizando versiones de todo tipo y pelaje de sus canciones en un mundo cada vez más caótico que se enrosca como una serpiente alrededor de nuestras vidas. La Biblia llorando junto a la notebook.