Como un joven Tarzán
Detrás de la más frívola canción pop puede esconderse una tragedia y detrás de la más liviana aventura puede existir un mensaje oscuro. Un viaje desde la jungla a la disco.
A veces voy donde reina mar
Es mi lugar, llego sin disfraz.
En inglés se utiliza el término novelty song para designar a aquellas canciones que fueron creadas con un espíritu cómico explícito, muchas veces absurdo, sin la intención de ser tomadas como piezas importantes dentro del mundo musical. Con una existencia que se remonta a comienzos del siglo XX, cuando la industria discográfica daba sus primeros pasos, estos temas humorísticos casi siempre fueron vistos como un simple fenómeno pasajero, no mereciendo demasiada atención por parte de los melómanos. Todo cambió a partir de 1970, con la aparición de Dr. Demento, pseudónimo del DJ y etnomusicólogo Barret Eugene Hansen, quien desde su espacio radial empezó a darle difusión a una multitud de estos creadores periféricos. Demento no solo recuperó artistas olvidados del pasado, si no que impulsó la carrera de talentos iconoclastas como Weird Al Yankovic. De todas maneras el término novelty nunca dejó de tener una connotación negativa.
En 1985 Baltimora se presentó, playback mediante, en American Bandstand, el programa televisivo que durante décadas promocionó el rock y el pop en Estados Unidos. Allí el histórico Dick Clark le preguntó al cantante ¿Qué piensas de la reacción inicial de muchos diciendo que tu canción es una novelty song? ¿Qué estás preparando para tu próximo trabajo? Nadie se tomaba en serio Tarzan Boy, el éxito bailable que había llevado al proyecto a los rankings. Como si fuera poco la canción no solo cometía el error de tener un espíritu superficial y cómico, también pertenecía a uno de los subgéneros más odiados por la prensa musical: el euro-pop. A partir de la segunda mitad de los 70s decenas de bandas y solistas europeos invadieron el mundo con coloridos actos que pocas veces llegaron a copar las listas estadounidenses, aunque sí lo hicieron en el resto del planeta. A pesar del ninguneo, el movimiento dio a luz bandas tan populares como ABBA, Boney M. y Modern Talking, además de ser muy influyente en el futuro, especialmente para géneros como la electrónica, el dance y el house. Y como toda creación poco reputada por el canon, tiene un enorme queer value que fue rápidamente advertida por las disidencias del mundo.
La historia de Baltimora es una buena muestra de la forma azarosa en la que nacieron muchos grupos del euro-pop. El compositor yrreglador italiano Maurizio Bassi vio al paramédico y bailarín vocacional irlandés Jimmy McShane moviéndose virtuosamente en una disco de Milán y le propuso ser el rostro de su nuevo proyecto musical. El resultado fue una serie de grandes singles: Chinesse restauran, Woody Boogie y, sobre todo, Tarzan Boy, quizás la canción más difundida durante la temporada 1985/86. Bassi compuso, tocó varios instrumentos y cantó, mientras que McShane fue la imagen en videos y entrevistas. A pesar de su espíritu kistsch, esta pieza electrónica no dejaba de ser inteligente. Utilizar la figura de Tarzán para acentuar la mezcla de libertad y soledad que atraviesan al protagonista es astuto, pero los sintetizadores marchosos y los coros selváticos dejaron sepultada esa idea.
Aunque Baltimora no tuvo una larga vida comercial, la historia de su carismático frontman es particular y trágica. James Harry McShane nació en Derry, Irlanda del Norte, en 1957, en un hogar rígidamente católico. Vistiéndose siempre con ropas flamboyantes y con un evidente espíritu creativo, durante su adolescencia decidió revelarle su homosexualidad a su familia, algo que pagó siendo echado del hogar. Lejos de acobardarse, se mudó a Londres a estudiar artes dramáticas y luego a Italia, donde se enamoró de inmediato de la burbujeante escena nocturna de Milán. Allí tuvo el encuentro con Bassi que cambió su suerte. Desgraciadamente, cuando el éxito de Baltimora se desvaneció hacia 1987, Jimmy retomó su empleo hospitalario, pero sin renunciar a su papel de habitué en la escena nocturna milanesa. Pero un golpe duro llegó en 1994, cuando le fue detectado el virus de HIV, que rápidamente fue afectando su salud. Al agravarse su enfermedad hizo un llamado telefónico a la casa de su hermano preguntando “¿Puedo volver a casa?”. Su regreso significó un proceso de aceptación y aprendizaje para su familia y toda la comunidad de Derry. Falleció en marzo de 1995 en su cuarto de infancia. Un recuerdo de cómo lo humano está siempre agazapado detrás de todo artefacto pop, por más ridículo que parezca.
Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzan, tuvo intenciones muy distintas a aquellas de la canción al imaginar su personaje, sin que la soledad fuera una parte central de la ecuación. El hombre, tras años de escasos ingresos económicos, decidió lanzase con 35 años al mundo literario luego de leer las pulp magazines de la época. “Si hay gente a la que le pagan por escribir las podredumbres que he leído en esas revistas, yo también voy a escribir historias así de podridas. De hecho, nunca he escrito una historia, pero sé que puedo escribir unas tan entretenidas, y quizás mucho más, que las que tuve chance de leer en esas revistas” fue su razonamiento. Para el año 1912 la escritura ya era su ocupación de tiempo completo, publicando varios relatos de ciencia ficción y westerns, más un texto llamado Tarzan: Lord of the Apes. Fue el inicio de una saga que tuvo un enorme impacto popular, algo que Burroughs instigó permitiendo su adaptación a mansalva en todos los medios posibles (películas, seriales, radioteatros, licencias otorgadas a decenas de publicaciones). Como dijo Rudyard Kiplin años más tarde “le puso jazz al motivo principal de mi Libro de la Selva”. Aún hoy, muchos años después de la muerte del autor en 1950, Tarzán continúa siendo adaptado a distintos formatos para felicidad de los descendientes de Burroughs.
Con ese espíritu poco pretencioso, casi puede decirse que Tarzán nació como novelty fiction, algo que no quería ser tomado en serio. Pero detrás de la superficie de aventuras que proponía la serie, con su imaginería colonialista típica de la época, se escondían intenciones más polémicas. Burroughs fue un creyente militante de la eugenesia, la convicción científica que afirmaba que podía mejorarse la raza humana mediante la manipulación genética y la eliminación de aquellas personas débiles, enfermas o dueñas de “conductas desviadas”. El escritor intentó demostrar su punto haciendo que Tarzán, nacido en una familia noble inglesa, se adaptara sin problemas al ambiente hostil de la selva y superara en inteligencia a los habitantes de África, evidentemente representados como inferiores. Yendo más lejos, en una historia el hombre-mono encuentra una civilización que erradicó el crimen de forma total eliminando no solo a los delincuentes, sino a toda su familia. Estas ideas no eran consideradas descabelladas en la época, ya que la eugenesia era muy popular en los sectores ilustrados de principios del siglo XX, reflejo tardío del positivismo y el darwinismo social imperante luego de la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin. En el mundo ideal de Burroughs no había lugar para los nativos americanos, los africanos y los lisiados. Tampoco había lugar para Jimmy McShane.
En el año 1900, justo en el momento en el que estas ideas discriminadoras estaban en alza, otro irlandés escandaloso dejaba este mundo empobrecido en el exilio. Oscar Wilde, quien como toda persona inteligente nunca había hecho de la búsqueda de la seriedad un fin, escribió durante su encarcelamiento un extenso texto dedicado a su ex amante Lord Alfred Douglas en el que en un fragmento dice: “Harto de pasearme por las cumbres, descendí desde los caminos de libertad a los abismos, y en ellos me precipité, explorador de nuevas sensaciones”. De Profundis, su catarsis de despecho carcelario, también parece advertir sobre las contradicciones de ser libre y solo. Como un joven Tarzán.